Como veremos, esto finalmente resultaría en una gran ironía; pues al intentar adaptar a un adolescente a una norma psicológicamente aceptable, al gran enjambre, por así decirlo, el psicólogo acabaría consiguiendo justamente lo contrario: la hosca y analfabeta abeja asesina que acecha el recinto escolar en nuestros días. Pero incluso en 1930, esa propuesta de Dewey-Thorndike acarreaba implicaciones inquietantes, de ahí la oposición de Hubbard a lo que poco después describió como escuelas para la manada, y a los estudiantes como archivadores animados. Mientras que, yendo todavía más al núcleo de la cuestión, declaraba: Es espantoso cómo la educación trata de reducir mentalmente a todos los niños al mismo nivel.
Su propia estancia en la universidad terminó en el período académico de la primavera de 1932, cuando el camino de la investigación en pos de Dianética y Cienciología de mayor importancia lo llevó a su labor etnológica en el Caribe. No obstante, nunca olvidaría las cuestiones que constituían su preocupación inmediata: aquella visión inquietante de una educación masiva para las necesidades de una sociedad masificada. Tampoco olvidaría jamás lo que representaba la psicología en el aula, en cuanto al declive en los niveles de alfabetización, o lo que posteriormente descubriría cuando se le pidió que regresara a la Universidad George Washington, unos cuatro años después.
Las circunstancias requieren cierta explicación, pero es pertinente a esta historia mayor. Inmediatamente después de su regreso del Caribe en 1933, Ronald emprendió una carrera literaria que llegaría a durar cinco décadas. Sin embargo, el éxito no se haría esperar, y en 1936, se había situado firmemente a la vanguardia de la ficción popular. El principal medio de difusión de su obra fueron las llamadas pulps": aquellas revistas de éxito masivo, impresas en papel de pasta de madera pulp, que a la larga lanzarían a la fama a autores como Dashiel Hammet, Raymond Chandler y el viejo amigo de Hubbard, Robert Heinlein. En otras palabras, cuando L. Ronald Hubbard se presentó ante la clase de narrativa breve del catedrático Douglas Bement en la Universidad George Washington, lo hizo en representación de la ficción profesional, y representando las historias que unos cuarenta millones de lectores devoraban, y obras que vivirían para siempre en la literatura estadounidense.
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La Universidad George Washington, a la que Ronald (extremo superior, de la siguiente página) asistió de 1930 a 1932, y donde enfocó los problemas de la educación moderna. Sin embargo, frente al atril de Douglas Bement, se encontraban unos cincuenta jóvenes de ambos sexos, educados en una visión muy distinta de la literatura norteamericana o al menos en una visión diferente de lo que implicaba escribir una novela en norteamérica. Como indicio preliminar, Ronald cuenta cómo descubrió una de sus últimas obras editadas nada menos que en el escritorio de Bement garabateado con apuntes tales como prefiguración y caracterización. También estaban en evidencia varias anotaciones que sugerían una escuela pragmática de análisis literario y por tanto, una tras otra, una infusión más de pensamiento psicológico.
Una vez más, el tema es complejo y afecta a una gran parte de las letras norteamericanas del siglo XX. Pero basta decir que además de la novela psicológica que surgió del pensamiento freudiano, la enseñanza de cómo escribir también sufrió una infusión psicológica; y en la clase de Douglas Bement, por lo menos, los estudiantes podían hacer crítica pero realmente no podían escribir o no llegarían a hacerlo.
Esta observación es indiscutible. Finalmente, en el transcurso de su charla, Ronald comentaría que un escritor no podía esperar desarrollar un estilo propio con menos de cien mil palabras, es decir, una novela de tamaño considerable o una colección de cuentos. Para una clase de estudiantes destinados a graduarse después de sólo diez o quince mil palabras en su haber literario, la cifra resultó conmocionante: un verdadero alboroto, lo llamó Ronald, e hizo mención de quejas que de hecho fueron presentadas al decano. Pero su argumento fue bien recibido porque el departamento de composición literaria de la Universidad George Washington no hacía escritores profesionales. Ni tampoco lo había hecho Harvard, como Ronald descubriera cuando impartió conferencias en Massachusetts, y de hecho, no podía nombrar ni a un solo colega en diversos círculos profesionales que se considerara a sí mismo producto de una universidad.
Finalmente, daría el nombre de graduado incompetente a los estudiantes universitarios mal preparados, y poco después haría un estudio en el tema de un estudio determinado. Pero prácticamente, primero tuvo que hacer frente a un asunto de mayor urgencia: la instrucción de personal militar durante la Segunda Guerra Mundial. Estos fueron los detalles: después de un prolongado servicio en el Atlántico y en el Pacífico a bordo de buques antisubmarinos y en un transporte de tropas de asalto, el teniente de navío L. Ronald Hubbard se incorporó a su destino en la escuela del Centro de Adiestramiento de Pequeñas Embarcaciones, en San Pedro, California. Sus funciones incluían la instrucción directa tanto de capitanes y tripulaciones por igual, así como la nueva redacción de materiales instructivos para unas quince mil personas más. Como cabría imaginar, las materias eran bastante técnicas: navegación, defensa submarina y asalto en aguas poco profundas. Pero en cualquier caso, los métodos de Ronald eran enteramente universales y, de hecho, anticipaban descubrimientos posteriores de gran importancia.
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Ronald (segundo por la izquierda en la fila de atrás) con compañeros de la Sociedad Americana de Ingenieros Civiles de la Universidad George Washington, en la cual fungía de secretario. Por ejemplo, en una nota preliminar a su texto sobre navegación, recomendaba: Ocúpate de las siguientes definiciones (por ejemplo, estima, latitud y cronómetro). Hay que aprenderlas bien. Dejar las definiciones sin aprender, da como resultado una incapacidad posterior para comprender las explicaciones que contienen esas definiciones. No hay duda de que, el factor más importante en cualquier tipo de estudio es la comprensión de lo que ciertas palabras significan.
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Una vez más, si la declaración parece demasiado simple o evidente, no lo es. Como consecuencia del principio Dewey-Thorndike, y particularmente durante los años de la década de 1940, los educadores occidentales iniciaron un enérgico debate sobre cuestiones tales como la capacidad del niño de distinguir entre ego y alter-ego y cómo hacer que el plan de estudios correspondiera al desarrollo sexual. A principios de los años cincuenta, la educación en sí se había convertido en un término muy impreciso, y por lo general se tendía a considerar que resultaba mejor describirla como adaptación a la vida. Mientras que incluso cuando el péndulo por fin osciló nuevamente hacia el programa académico más práctico, durante el auge científico de la Guerra Fría, la orientación aún se mantenía en dirección a la psicología (y de hecho, fue el destacado psicólogo de la educación Jerome Bruner, quien principalmente proporcionó los medios para ello). Como consecuencia, se generó un debate todavía más complicado en torno a la escuela como la vida misma y no meramente una preparación para la vida, por citar al propio Bruner, o la escuela como fuente de talento para el complejo de la industria armamentista estadounidense. Pese a lo cual, como Ronald reiteraba a menudo, nadie se había planteado la pregunta de cómo se educa a una persona, empezando por materias tan fundamentales como la comprensión de las palabras.
A partir de ese momento, y especialmente después de 1950, cuando la creación de Dianética requirió el entrenamiento en la materia de varios miles de estudiantes, la educación siguió siendo una cuestión de considerable importancia para L. Ronald Hubbard. Pues, cuando menos, él se preguntaba: ¿Cómo se podría practicar Dianética sin haberla estudiado en primer lugar y haberla estudiado bien? A raíz de eso, declaró y aquí nos aproximamos a la revelación central de Ronald, que resultó necesario desarrollar una tecnología de estudio, o una tecnología de educación. A modo de comentario preliminar y de manera vehemente, habló de la educación moderna como una locomotora destinada a transportar el conocimiento de una civilización, de una generación a la siguiente. Desafortunadamente, no obstante, aquellos que habían estado conduciendo ese tren, habían activado la palanca equivocada. Y por lo tanto, como concluyó lisa y llanamente: El expreso del siglo XX se descarriló.
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