Entre otros escritos iniciales de LRH sobre la escolarización del siglo XX, encontramos “Educación”. Se extrajo de un manuscrito mayor de 1938, que se titula “Excalibur”, en el que Ronald exploró por primera vez ciertas verdades cruciales que son inherentes al posterior desarrollo de Dianética y Scientology.“Educación” se presenta aquí por primera vez, y clarifica en gran medida la ruta de investigación que Ronald seguiría en las décadas posteriores.
n nuestras escuelas ya no tenemos la norma de la palmeta, que yo sepa. Sí, tenemos mucho trabajo excesivo en muchas de ellas, y también una gran cantidad de bagaje inútil en lo que se refiere a las materias.
Pero aquí y ahora permítanme decir que un hombre que ha tenido una vida escolar infeliz nunca será capaz de encontrar la felicidad a menos que pueda “llegar” a una eminencia tal que produce vértigo de sólo pensarlo.
La forma en que la educación trata de reducir a todos los niños al mismo nivel mental es espantosa. Existen tantos grados y tipos de inteligencia como existen niños.
Lo más cruel, inútil y abominable que se haya inventado nunca, es el examen que se aplica a todo un grupo. Aquí es donde la clase aprende lo que es la amargura individual. El “niño brillante” no siempre es brillante. Tuvo una oportunidad porque en su hogar hay seguridad y su único temor en esta vida es que tal vez no llegue a ser ingeniero.
Ese tipo de niño siempre hace enfurecer; ese tipo de niña se pasa un poco de suficiente.
¿Por qué?
Porque en el examen escrito ese niño o esa niña demuestran que tienen más “inteligencia” que el resto de la clase.
La “sociedad” funciona para estos niños y niñas. Su capacidad mental es de nivel medio, su vida familiar es buena. Tienen ropa que es suficientemente buena y una apariencia física que es suficientemente buena.
Si se les somete a una verdadera prueba, con frecuencia resulta que carecen de imaginación, pero tienen lo que podríamos llamar una excelente memoria.
Su característica principal (y aquí casi podemos incluso generalizar) es que tienen absoluta confianza en su maestro. Sus hogares están bien administrados y en ellos nunca se sienten entorpecidos por una sensación de inseguridad.
La escuela pone un sello en sus diplomas y el mundo da por hecho que son el número uno, y por esa razón el muchacho consigue un trabajo.
Le dicen que vaya al muelle y vea cuánta grava hay en la barcaza. Seis horas después su jefe viene a ver por qué tarda tanto, y ahí está el muchacho sentado en una bita rodeado de papeles, trabajando como loco con su regla de cálculo, tratando de calcular la curva que determina la cantidad de grava y...
Su jefe lo hace en cinco segundos. Con desdén le señala el calado de la barcaza y se resuelve el problema. Esto desconcierta tanto a quienes han sido ingenieros durante mucho tiempo, por su frecuente incidencia, que en la actualidad prevalece una idea nada saludable de que “¡los universitarios son estúpidos!”.
Naturalmente, este muchacho pudo caminar por la vida a la ligera por el hecho de tener un buen cerebro, y es muy tarde cuando empieza a utilizar sus archivos de memoria, llenos de datos apilados e inconexos. Cuando ve una curva, sólo cae sobre él una avalancha de fórmulas relacionadas con curvas.
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