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No tiene imaginación, dicen. Y es cierto. Ha tenido más hechos que problemas, y las pequeñeces del libro de texto no son problemas.
“Bueno”, dijo el profesor con afectación, “¡al final hemos conseguido la mente perfecta!”.
No es así. Trato de decir que una montaña de hechos que se memorizan no es educación, nunca lo será y a menos que se abandone esta práctica y la de los exámenes de grupo, seguiremos haciendo estragos y empujando a nuestros genios a las soledades donde a veces encuentran la felicidad pero donde, con mayor frecuencia, se vuelan la tapa de los sesos.
Habría sido posible lograr que este muchacho alcanzara el nivel de un ingeniero de alto rango o algo similar el día de su graduación, con sólo hacer que olvidara este insensato acumular, acumular y acumular de hechos, hechos, hechos, sin jamás tratar de relacionarlos entre sí.
¿Cómo podrán desarrollarse alguna vez los cauces de pensamiento y acción de ese hombre si todos los hechos parecen ser de igual valía? En consecuencia, cuando piensa en una vaca, lo inundan y lo ahogan diez libros de biología, seis de industria y nueve sobre cría de animales de granja.
Cuando lo único que quería saber era cómo guiar a una vaca.
Por consiguiente, el sistema de exámenes es doblemente malo. Un hombre debe memorizar y tragarse todo lo que sus libros y profesores le digan, sin jamás cuestionar nada si quiere obtener una calificación alta. Si cuestiona, llegará a media docena de conclusiones, y una de ellas es muy dañina: el profesor es un tonto. Pero esto es duro para los profesores porque ellos no son tontos, son personas con excelente preparación sometidas por un sistema que resulta del clamor popular de que mamá y papá quieren saber lo que Juanito hace en la escuela.
Eso depende del profesor y depende de Juanito.
Es realmente terrible contemplar la actitud general de los estudiantes hacia los profesores, y es más terrible escuchar lo que dicen de ellos. Toda la amargura de los muchachos que en verdad son inteligentes va directamente dirigida al profesor, quien a su vez, sólo es la víctima de la educación en masa.
Un profesor universitario tiene que heredar todos los errores, y él se merece algo mejor que eso.
Existe un sistema en operación, que es peor que el sistema universitario, que se podría modificar considerablemente si se modifican los fundamentos, pero puede hacer muy poco hasta que esos fundamentos se modifiquen.
Las escuelas de la Y.M.C.A. [Young Men’s Christian Association (Asociación Cristiana de Jóvenes)] en todo el país merecen mucho más reconocimiento del que reciben. Son escuelas pequeñas, es cierto, pero son numerosas. Se rehabilita la vida de los jóvenes, no por ningún “Cristianismo”, sino por el tipo de maestro que parece sentirse atraído a estas escuelas. Hacen que el joven empiece en el nivel más bajo y lo lanzan hasta la cumbre con tal rapidez que nunca entiende por completo el hecho de que tiene que estudiar. Y sabe más cuando termina la escuela secundaria en la Y.M.C.A. que lo que habría sabido si hubiera hecho la primaria, la secundaria y la licenciatura en cualquier otro lugar que yo conozca.
Existe una razón para esto que es muy extraña y, a primera vista, no parece tener sentido. En realidad se ha considerado como algo reprensible en estas escuelas de la Y.M.C.A. y ha impedido que a algunas de ellas se les otorguen sus credenciales con rapidez.
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